miércoles, agosto 25, 2004

Aparece el tesoro del tío Rafael

Al tío Rafael —cuando vivía—, le gustaba mucho bajar los domingos a Logroño. Después de comer se iba al Café Maravillas a jugar al dominó con sus amigos. El tío Rafael, mientras jugaba la partida, se fumaba un puro habano que olía a gloria.

El tío Rafael también fumaba puros habanos cuando iba al frontón Beti-Jay a ver jugar a Barberito I (él le llamaba Barbero), o cuando iba a la plaza de toros a ver a Manolete (el mejor torero de todos los tiempos).

Cuando el tío Rafael se fue al Cielo, el Buen Dios le dio permiso para seguir fumando sus puros habanos. Los domingos, después de echarse la siesta, le decía a su madre (vuestra bisabuela Pepa, que también está en el Cielo):

—Madre, me voy a tomar mi cafetito y mi copa, y a fumarme un puro, a la tenada de Achóndite.

Su madre le contestaba siempre con las mismas palabras:

—Sí, Rafael, vete, pero no tardes en volver; pues ya sabes, que por esos montes, en cuanto anochece, hace mucho frío.

El tío Rafael se montaba en una nube de algodón y, poco a poco, iba avanzando por el cielo hasta llegar encima de la tenada. Se tomaba su café y su copa y, después, se fumaba un puro habano, mirando aquellos montes que tanto quería.

Aquel domingo de agosto, estaba el tío Rafael tumbado en su nube fumándose su acostumbrado puro, cuando vio venir, a lo lejos, y por el camino que va desde la carretera de las Vaquerizas a la tenada de Achóndite, a un grupo de gente. Se sentó entre los algodones de la nube y miró con más detenimiento...

—¡Caramba! —exclamó el tío Rafael— ¡pero si es mi sobrino! ¡Cuánto hace que no le veía!, y ¿quiénes serán los demás?

El tío Rafael le dio unas palmadas a la nube para indicarle que se acercase al grupo de gente.

—¡Vaya, vaya! —se dijo el tío Rafael— ¡quién iba a esperar ver por aquí a Matilde, Maite, Ana, Rodrigo, Jaime, Rafael, Diego y Javier!

El tío Rafael, aunque nunca los había visto, adivinó quienes eran, pues había oído hablar mucho de ellos a sus amigos los ángeles. Como estaba muy intrigado de qué es lo que podía hacer su familia por aquellos montes, le dio otra palmadita a la nube para que se acercase más, y poder, así, enterarse del motivo de la expedición.

Al llegar a un pino muy alto que hay en el Barranco de las Brujas, le dijo a la nube que parase, y se puso a escuchar...

—¡Así que están buscando el Tesoro de la Bruja! ¡Qué ingenuos! —-pensó el tío Rafael— ¡Con la de veces que yo lo he buscado! ¡En fin, veamos si tienen más suerte que yo! –-y se puso a observar...

Al llegar a la esplanada de la tenada de Achóndite, todos los que íbamos en la expedición, nos sentamos a descansar un poco; hacía un calor asfixiante. Después, cada uno por un lado, empezamos a levantar piedras y a cavar. Allí no aparecía ningún tesoro...

—¡Una culebra! –-gritó Rodrigo, después de levantar una piedra. Todos nos acercamos con cuidado a verla.

—Sí que es una culebra y, además, víbora –-se dijo el tío Rafael alargando el cuello desde la nube—. Sobrino, ten cuidado y no dejes que se acerquen los niños, pues ya sabes que las víboras son venenosas.

En ese momento la culebra, asustada de ver tanta gente a su alrededor, empezó a deslizarse entre la hierba con mucha rapidez. Matilde y Maite salieron corriendo cuesta abajo como alma que lleva el diablo.

—¡Bien hecho, sobrino! —exclamó el tío Rafael cuando vio que de un machetazo había cortado la cabeza a la víbora— ¡A Dios gracias, aún sabes distinguir una víbora de un lución!

Continuamos buscando el tesoro, pero no aparecía nada y nuestras esperanzas iban disminuyendo.

—¡Por aquí!, ¡por aquí debe estar el tesoro! —gritó Jaime al ver aparecer un camino entre las zarzas...

El tío Rafael, que se estaba quedando dormido en su nube, dio un salto y volvió a estirar el cuello para observar. Me vio a mi quitando unas losas, luego unas tejas y cuando me oyó gritar:

“¡Aquí hay un cajón que debe ser el Tesoro!”; el tío Rafael se dijo: “También es mala pata, en el único sitio que yo no había mirado...”

Pusimos el cajón en medio de la esplanada y después de abrirlo, con la ayuda de una azada, pudimos ver que estaba repleto de collares, anillos, monedas, caballitos de mar, caracolas...etc. Había también un libro muy viejo que parecía comido por los ratones y unas gafas que debían ser de la bruja. En una cajita de metal aparecieron unos polvos que usan las brujas para hacer magia.

Aunque en un principio pensamos repartir allí las cosas, luego lo pensamos mejor y decidimos hacer el reparto en El Rasillo, no fuera a aparecer la bruja y nos quedásemos sin nada.

Cerramos de nuevo el cajón, lo metimos en el morral y emprendimos el regreso por el mismo camino que habíamos traído.

El tío Rafael nos vio marchar con mucha tristeza, pues nos quiere mucho. Echó una mirada por el recodo del camino y, al ver que ya habíamos desaparecido, le dio otras palmaditas a la nube y ésta se fue elevando, hasta perderse por detrás del pico gris y rosa de San Lorenzo. Según se alejaba, el tío Rafael iba pensando: “¡Qué contenta se va a poner madre cuando le cuente todo lo que he visto!”.

Una vez en El Rasillo, repartimos el tesoro entre los que habíamos ido a la expedición. A Miguel —que no había creído en la existencia del tesoro— le dimos, de todas formas, un saco lleno de monedas. Yo me quedé con el viejo libro y, al ojearlo, vi que hablaba de cosas muy interesantes y de misteriosas magias.

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