martes, agosto 31, 2004

El pedro ladrón

Rafael no veía nada claro el hecho de que una persona se pudiera quitar y poner los dientes cuando quisiera: había visto muchas veces la dentadura de la abuela Matilde en un vaso con agua y, aunque aceptaba el extraño fenómeno, no lo acababa de comprender...


Por eso, aquel día vio saltar por la valla del jardín un perro que llevaba en la boca lo que a él le pareció una dentadura, y no pudo por menos gritar:

—¡Antonina, Antonina! ¡Un perro se lleva los dientes de la abuela!

La Antonina, asustada, dejó precipitadamente la labor que tenía entre manos y salió, zumbando, detrás del perro ladrón.

Cuando lo alcanzó, la Antonina respiró tranquila: lo que el chucho llevaba en la boca no era más que los restos de una cajilla de cordero.

Rafael es un gran observador; parece que está en la higuera, y sin embargo, se da cuenta de todo. En esto ha salido a su madre.

Rafael, aunque gran observador, a veces se pasa. Es lo que le sucedió con el perro ladrón. A Dios gracias, la abuela Matilde podrá seguir comiendo, con sus dientes de quita y pon, durante muchos años.

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