
Por eso, aquel día vio saltar por la valla del jardín un perro que llevaba en la boca lo que a él le pareció una dentadura, y no pudo por menos gritar:
—¡Antonina, Antonina! ¡Un perro se lleva los dientes de la abuela!
La Antonina, asustada, dejó precipitadamente la labor que tenía entre manos y salió, zumbando, detrás del perro ladrón.
Cuando lo alcanzó, la Antonina respiró tranquila: lo que el chucho llevaba en la boca no era más que los restos de una cajilla de cordero.
Rafael es un gran observador; parece que está en la higuera, y sin embargo, se da cuenta de todo. En esto ha salido a su madre.
Rafael, aunque gran observador, a veces se pasa. Es lo que le sucedió con el perro ladrón. A Dios gracias, la abuela Matilde podrá seguir comiendo, con sus dientes de quita y pon, durante muchos años.
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